AUTORRETRATO EN LA ISLA DE TAHA’A

Estoy en el lugar más lejano al que he llegado en mi vida: La isla de Taha’a, en la Polinesia Francesa. Muy cerca de los Mares del Sur que atravesó Stevenson. He venido hasta aquí para escribir un reportaje. Todavía no ha amanecido, pero ya he despertado y me levanto, me pongo el albornoz, bebo un café rápido y me cuelgo el equipo de fotografía: la cámara, el trípode y un disparador que lanzo al bolsillo.

  La isla es pequeña, un Ralaix Chateaux con unas cuantas villas. Oigo a los pajaritos y escucho el bisbiseo del Pacífico en calma. Olas pequeñas que se van extinguiendo en una orilla minúscula. La isla está desierta porque no hay un humano despabilado a la vista, ni siquiera los empleados del hotel.

  Empieza a clarear y pienso que ahora esta isla es mía por unos minutos, aquí tan lejos de Madrid. Camino sobre la arena hasta llegar a un embarcadero donde hay una lancha pequeña, parece que está fondeada para mí. Empiezo a hacer fotos del entorno, pero yo lo que quiero es autorretratarme. Quiero dejar testimonio de esta experiencia imprevista. Todavía se utilizan los Nokia y las BlackBerries, así que nada de selfies ni Instagram.

  Pongo la cámara en el trípode y busco el encuadre adecuado. Ya lo tengo. Yo sentada de espaldas junto a la lancha, mirando al mar y a las villas de enfrente.  Recuerdo que en este momento exacto pensé que además de escribir, quería dedicarme a la fotografía. Incorporarla a mi vida profesional y personal.

  Activo el disparador automático de la cámara. Tengo diez segundos para llegar a la punta del pantalán y sentarme, quedarme quieta, de espaldas. Y así lo hago, y lo repito dos veces más. Miro las fotos y me gustan, me encantan. Luego amanece del todo y repito la acción, pero ya de pie, con el albornoz al viento y los brazos extendidos, estrechando el trozo de mar que me rodea.

  Y me quedo con este instante todo lo que pueda estirarse el para siempre. Ya han pasado unos cuantos años y de vez en cuando vuelvo a abrir ese regalo fortuito. Y pienso en la pregunta de treintañera que le hice al Pacífico aquella mañana. Algo así como: Querido Océano, ¿llegaré algún día a ser una buena fotógrafa?

Isla de Taha’a. Primavera de 2011

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